onsdag 1 juni 2011

Muchas gracias, amigo, dijo el genocida…

…Santos, al líder revolucionario Hugo Chávez. Y bajo el paraguas de esa amistad se llevaron puesto a otro revolucionario: Julián Conrado, miembro del Estado Mayor de las FARC y quien cantara con su melodiosa voz, arengas farianas a través de las cuales mucha gente en el mundo conocería la lucha que en su patria se desarrolla. Dirigía el proyecto cultural de la organización además de tener una amplia consistencia política bolivariana y fue literalmente cazado por otro revolucionario.
La detención fue posible en el marco de cooperación entre la inteligencia de ambos países, Colombia- Venezuela. Países hasta hace poquito casi a punto de iniciar una guerra fratricida, situación que sacudió a todos los revolucionarios del mundo, los que sin ninguna duda estaríamos del lado de la que llamáramos, Revolución Bolivariana.
Según Santos, quien ya estará brindando con sus pares “llevábamos detrás de él, con nuestra inteligencia, varios años hasta que por fin pudimos concretar un paquete de inteligencia creíble que nos mostró que estaba en Venezuela. Lo compartimos con las autoridades de Venezuela que de inmediato actuaron”.

Según el ministro de defensa colombiano, Julián será ENTREGADO (otra vez esa palabrita que enojó a tantos cuando nos escucharon mencionarla, pero que resulta irreemplazable) a Colombia, lugar donde ya hay más de 7500 prisioneros políticos en paupérrimas condiciones, a los que se les prepara la comida con materia fecal por lo que muchos de ellos están en estado de gravedad y sin atención, no digo médica, sino humana.
Julián Conrado, revolucionario como el presidente de Venezuela, cuyo pecado es en este mundo despatarrado, luchar contra la injusticia y contra el dolor de su pueblo, espera la decisión de quien todo indicaba, conocía de cabo a rabo la situación del pueblo hermano: el presidente Chávez.
Eso es la amistad, lealtad, incondicionalidad que trae aparejada la unidad en las acciones, sobre todo cuando se trata de apoyarse en cuestiones hasta ayer nomás diferenciadoras. Algo que resultaría muy tierno y emocionante si no se necesitara, para celebrarla, la creación de más mártires.
Por supuesto, uno hubiera querido que el genocida olvidara su adicción por la sangre gracias a que el bueno hubiera logrado la conversión. Lo bravo es cuando la historia es al revés y es entonces cuando más de uno estamos pensando en usar almohadones en el trasero porque ya se está haciendo costumbre eso de recibir zancadillas que nos tiran de lleno al suelo. Y nos duele, vaya si duele.
Volverán a escucharse –leerse- las voces de quienes teníamos esperanzas en la persona bien intencionada y los enojos de quienes dicen que no se debe criticar, que hay que dejar a las revoluciones seguir sus rumbos, que los que tenemos muy incorporado el sentido de la amistad y su nobleza, somos destituyentes y que hacemos mucho daño.
Saldrán grandes iluminattis siglo XXI a elucubrar monólogos rebuscados, en los que argumentarán que de no hacerse las cosas así, el imperio atacaría a Venezuela, que la revolución podría desaparecer si se quita la moda esa de hacer ENTREGA de luchadores y que para ello hace falta nada más ni nada menos, que aliarse con los genocidas. Y no faltarán los intelectuales de pacotilla diciendo que Julián Conrado tal vez fuera un agente de los gringos.
Todo eso lo reeditarán, todo eso lo soportaremos con la conciencia en alto y el repudio más firme frente a la que llamamos traición. Los revolucionarios “den’serio” estamos acostumbrados a que nos apaleen. Lo grave es cuando los apaleamientos nos los aplican por dentro. Y la traición no tiene excusa, no tiene justificativo más que para los traidores.
Creo que estamos escribiendo nuevos capítulos en esta que amenaza ser una espantosa telenovela latinoamericana, mitad terror, un cuarto de esperanzas truncas, otro cuarto de preocupación, cuyo título podríamos adelantar que sería: Muchas gracias, amigo. Usted lo merece, hermano!!!!
Ingrid Storgen
En solidaridad con Julián Conrado, con Joaquín Pérez Becerra y con los más de 7500 desgarrados en las cárceles colombianas.