Luchadores sindicales, encarcelados durante su heroica huelga el 1992 en contra la privatización de Telecom que fue coronado con la gran victoria. FOTO: DICK E y Lucio, resp. |
Por Ingrid Storgen
Sabido es, que las cárceles en ninguna parte del mundo, cumplen la función de reinsertar a quienes cometieran error de diferentes formas, ya sea por delincuencia o por cuestiones ideológicas, políticas o sociales. Sabido es, también, que el error es según el cristal con que se mire, lo que sí es seguro es que jamás se irá al fondo de la cuestión que provoca que las personas deban cumplir una condena determinada. Sabido es, también, que la justicia tiene los ojos vendados tal como se la caracterizó desde tiempos inmemoriales.
Hay cárceles comunes y cárceles de máxima seguridad. De verdad, no se cual es la diferencia que hace que algunas alcancen este estatus, porque no se para quien es esa máxima seguridad, hasta el momento no me enteré que fuera para el preso/a. Aunque hilvanando finito podemos evaluar que en las últimas, lo que prevalece es el sadismo, la brutalidad exacerbada. Máxima.
En ninguno de los casos los barrotes pueden sortearse, las puertas no se abren así nomás y sabemos que quienes están del otro lado de esas rejas, llave en mano, cumpliendo un horario, cobrando un mísero sueldo pero con el estímulo del goce de un poder que los hace sentir verdaderos “hombres” o “mujeres”, son la carne utilizada para trabajo sucio, elevando su ego sin dudas aniquilado a lo largo de sus penosas historias.
No les dio el target para pertenecer a las fuerzas armadas, o aparatos policiales, en el caso de Colombia, ni siquiera para convertirse en paramilitar, por lo que quedaron en el grado más denigrante de la escala humana: guardiacárcel.
En todas se cometen atrocidades amparadas por ese poder maldito, Colombia es un ejemplo de ello, por eso tantas veces recibimos pedidos de auxilio de los organismos de derechos humanos que allí funcionan, aún a riesgo de convertirse en personas con pilas de archivos en las páginas del DAS, lo cual les asegura, tarde o temprano, un lugarcito en esos tétricos lugares, cuando no, tres metros bajo tierra.
Esto no es invento de una periodista descolocada, ni amarillista, ni de quien busca fama denunciando no sólo lo denunciable, sino lo que produce indignación. Esta es la más triste realidad que azota el alma de muchos. Claro, primero hay que tener alma y sentir el dolor de otro como si fuera propio, algo no muy común en este girar terrorífico del mundo.
Carta del preso político, Bernardo Mosquera Machado en el Penal de Valledupar. CLICK POR TAMAÑO GRANDE |
Los presos colombianos padecen la más triste dureza, los presos y presas políticos, dureza, escarnio, denigración. ¿Por qué? Por tener alma y negarse a aceptar la injusticia como modo de vida, avalada desde el estado terrorista. Hay presos políticos de todas las edades, algunos hasta de dos añitos de vida, correteando en espacios minúsculos, viendo la vida tras barrotes y a sus madres purgando la condena por haber querido dejar para ellos y para todos los hijos del pueblo, la punta del hilo de la esperanza de un futuro sin hambre ni marginación. Esos niños representan un peligro potencial para el mañana colombiano, imagínense que el sueño liberador estuviera estampado en el ADN de las personas ¡tras las rejas, niños, p’a que aprendan y de paso, sus madres, sufran viéndolos allí, por su insolencia!
Y hay más de 7500 mujeres y hombres en esas condiciones.
En Colombia hay guerra, una guerra que es un excelente negocio para algunos, una fuente de ingresos inagotable que por supuesto, hay que mantener. Y en esa guerra, como en todas, los reos son los pobres.
|
Hasta el momento no conozco ninguna cárcel de máxima seguridad donde se aloje a quienes incentivan esa guerra, ni quienes entregaron el país, ni quienes están vendiendo sus recursos naturales. Para algunos de esos, una ínfima minoría, los que sobran, los que pretendieron escalar posiciones pero se encontraron con una escalera enmantecada, porque está bien que colaboren, pero la torta no puede repartirse entre tantos, para esos, digo, hay otro tipo de cárcel denominada VIP (para very important person) hasta suena más romántico ¿cierto?
En éstas, no hace falta domar a nadie, ni trabajar por su reinserción mucho menos a palazo limpio, gaseando, torturando, porque estos seres ya fueron domados, simplemente molestaron y hay que hacer ver que la justicia colombiana funciona y encarcela a los equivocados…
La violación de los derechos humanos de la población carcelaria es inenarrable. De la mente más básica jamás podría salir la creencia que avale como lógico que las personas tengan que comer alimentos contaminados con materia fecal. Que reciban agua cuando los que están del otro lado de las rejas, llave en mano, decidan a qué hora deben tener sed los prisioneros. Que no tengan acceso a la luz del día lo que producirá que su ciclo biológico sufra alteraciones gravísimas y de por vida.
Los presos y presas políticos colombianos están padeciendo el peor de los castigos, su condena injusta y el silencio de un mundo donde los habitantes nos atropellamos para ver quién es el que primero cruza la calle, quién el que logra insertarse en un sistema perverso, quién el que alcanza la última migaja y quién es el que tiene el ego más alto, antes que la persiana se baje y sean pocos los que entren al paraíso mientras millones queden esperando que la historia se reedite hasta que comiencen a crearse más cárceles y los “educadores” carcelarios vuelvan a trabajar por la reinserción…a palazo limpio, gaseando, torturando, como están haciendo hoy mismo.