jueves 5 de mayo de 2011
Por: Carlos A. Lozano Guillén
Mirador Edición de VOZ 2588, semana del 4 al 10 de mayo de 2011
El pasado domingo 1 de mayo, en El Tiempo, el ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, en corta entrevista en que no dice nada interesante, como todo lo suyo, asegura que en cuatro años acabará con las FARC, que no es necesario escuchar propuestas de paz de la guerrilla y hace otros anuncios arrogantes, que desdicen del manido discurso de Santos de que tiene la llave de la paz en su mano; Rivera busca es congraciarse con lo más granado del militarismo en momentos de crisis en la institución castrense.
Para el ministro, los principales objetivos son garantizar la defensa de policías y militares, acusados de crímenes de lesa humanidad y perpetuar la guerra, para que los generales sigan peleándose el control del abultado presupuesto y los contratos.
Desestima la gravedad de los enfrentamientos al interior de las Fuerzas Militares y en particular, el público malestar del Ejército que se siente maltratado por tener al frente a un almirante de la Armada, que es la que goza de las mejores prebendas y atenciones del presidente Juan Manuel Santos. No hay que olvidar que éste fue alumno de la Escuela Naval de lo cual se ufana con frecuencia.
La abrupta salida del general Matamoros refleja serias contradicciones entre los militares, porque interpreta el malestar de los oficiales de esta rama, incluyendo al general Alejandro Navas, comandante, que ha preferido guardar silencio. Matamoros no representa ningún ala reformista en el Ejército. Algunas ONG lo acusan de nexos con el paramilitarismo y de atropellos a la población civil en el pasado. Su principal queja, por ejemplo, es que el nuevo comandante del Estado Mayor Conjunto y anterior director de la Escuela Superior de Guerra, invitaba a las aulas de ésta a representantes de la izquierda.
En el fondo es la pelea por el control del presupuesto. El Ejército quiere seguir liderando a las Fuerzas Militares y controlando el gasto, los contratos y la nómina burocrática. Matamoros alega que esas contradicciones le han hecho bajar la moral a los uniformados y reconoce que a ello obedece en buena medida la recuperación de la guerrilla, que según Rivera está aislada y en solo cuatro años será aplastada. No aprende del pasado. Vuelve al cuento del fin del fin y de la proximidad de la madre de todas las batallas.
Realmente lo que salta de bulto es el fracaso de la seguridad democrática. El reportaje de Karl Penhaul en El Espectador del pasado domingo es bastante revelador. Rivera podrá seguir levitando, pero como ministro de defensa fracasó. No tiene nada qué mostrar, diferente al caos que se extiende entre los militares.
carloslozanogui@etb.net.co
Mirador Edición de VOZ 2588, semana del 4 al 10 de mayo de 2011
El pasado domingo 1 de mayo, en El Tiempo, el ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, en corta entrevista en que no dice nada interesante, como todo lo suyo, asegura que en cuatro años acabará con las FARC, que no es necesario escuchar propuestas de paz de la guerrilla y hace otros anuncios arrogantes, que desdicen del manido discurso de Santos de que tiene la llave de la paz en su mano; Rivera busca es congraciarse con lo más granado del militarismo en momentos de crisis en la institución castrense.
Para el ministro, los principales objetivos son garantizar la defensa de policías y militares, acusados de crímenes de lesa humanidad y perpetuar la guerra, para que los generales sigan peleándose el control del abultado presupuesto y los contratos.
Desestima la gravedad de los enfrentamientos al interior de las Fuerzas Militares y en particular, el público malestar del Ejército que se siente maltratado por tener al frente a un almirante de la Armada, que es la que goza de las mejores prebendas y atenciones del presidente Juan Manuel Santos. No hay que olvidar que éste fue alumno de la Escuela Naval de lo cual se ufana con frecuencia.
La abrupta salida del general Matamoros refleja serias contradicciones entre los militares, porque interpreta el malestar de los oficiales de esta rama, incluyendo al general Alejandro Navas, comandante, que ha preferido guardar silencio. Matamoros no representa ningún ala reformista en el Ejército. Algunas ONG lo acusan de nexos con el paramilitarismo y de atropellos a la población civil en el pasado. Su principal queja, por ejemplo, es que el nuevo comandante del Estado Mayor Conjunto y anterior director de la Escuela Superior de Guerra, invitaba a las aulas de ésta a representantes de la izquierda.
En el fondo es la pelea por el control del presupuesto. El Ejército quiere seguir liderando a las Fuerzas Militares y controlando el gasto, los contratos y la nómina burocrática. Matamoros alega que esas contradicciones le han hecho bajar la moral a los uniformados y reconoce que a ello obedece en buena medida la recuperación de la guerrilla, que según Rivera está aislada y en solo cuatro años será aplastada. No aprende del pasado. Vuelve al cuento del fin del fin y de la proximidad de la madre de todas las batallas.
Realmente lo que salta de bulto es el fracaso de la seguridad democrática. El reportaje de Karl Penhaul en El Espectador del pasado domingo es bastante revelador. Rivera podrá seguir levitando, pero como ministro de defensa fracasó. No tiene nada qué mostrar, diferente al caos que se extiende entre los militares.
carloslozanogui@etb.net.co